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ELABORACION:
Los entendidos en esta materia coinciden en que lo más importante en este plato es que el conejo sea de monte, algo muy difícil de encontrar por los fuertes controles sanitarios que tiene la carne. El motivo es «la sangre del conejo», según dicen, es lo que da sabor a esta particular carne (muy baja en calorías, por cierto). Si podemos conseguir alguien de confianza que los cace para nosotros, perfecto… en otro caso, nos tocará recurrir a los de carnicería pero recordar que os los sirvan de monte siempre que sea posible.
Pelamos y cortamos las patatas en trozos un poco gruesas para evitar que se nos rompan al juntarlas con el conejo. Sazonamos y las freímos en abundante aceite de oliva (hay quien prefiere freír las patatas en aceite de girasol para que quede más ligero).
Las mantenemos hasta que las tengamos doradas. Las sacamos y reservamos.
Ahora cortamos el conejo en trozos no muy pequeños, aunque también podemos comprarlo cortado a nuestro gusto, sazonamos.
En la misma sartén donde hemos frito las patatas vertemos el conejo y lo freímos hasta que nos quede crujiente, doradito, pero sin arrebatarlo.
Este es otro paso importante de la receta, elaborar un «majao» sustancioso y con su sabor característico. Para ello ponemos en un mortero la cabeza de ajos y la picamos, ayudándonos con una pizca de sal para evitar que salten.
Una vez picaditos los ajos añadimos el vaso de vinagre y mezclamos.
Sólo nos falta mezclar todos los ingredientes que tenemos preparados. Lo haremos en la sartén donde tenemos el conejo, le echamos el majao y mezclamos bien. Finalmente incorporamos las patatas y les damos una última vuelta, con cuidado de no romperlas.
Apartamos y listo para comer.